- Sólo cuando es de día -







Hay dos cosas que me gusta hacer por la mañana. Comer té y beber tostadas.
Pero no todas las mañanas. Sólo en las que me despierta el sol.

Hay dos tipos de mañanas en la isla: las que empiezan oscuras y las que empiezan cerca de oscurecer.
Las segundas son mis favoritas. Cuando el sol abraza y casi se acaba el día. Pero sólo casi.
Esas mañanas me encanta darle la vuelta a las rebanadas de pan cuando están en el horno y sentir que por un lado están blanditas y por el otro lado arañan. Pero tan blanditas tan blanditas que se quedan las marcas de los dedos hasta tostarse y parecer huellas de dinosaurio.

En esta casa, en la casa de la puerta roja y las escaleras hasta el sol, no hay tostadora.
Hay horno y las tostadas se hacen con amor. Hay que sentarse cerca, con un libro en la mano y esperar al momento perfecto para darles la vuelta.
Y la mantequilla, que vive fuera de la nevera se unta como si fuese un diente de ajo.
Lo mejor viene ahora. Chuparse los dedos antes,después y en medio de la fiesta de la mermelada de fresa, sacar la bolsa de té ardiendo con los mismos dedos, pringar la página del libro que decida abrir esa mañana, dejarlo todo desordenado... y así hasta que devoramos en segundos la fiesta de los sentidos.

Los cuchillos y las cucharas me parecen aburridas. Siempre que intento que nada se derrame suele salir peor que si uso los dedos. Además están fríos y no me hacen sentir.
Es imposible mantener el orden cuando no hay orden que mantener y el desorden es un espejo del placer.

Ese placer de la casa de la puerta roja con las escaleras hasta el sol y el número tres en la puerta. Porque somos dos más el desorden. Ya ves, los números no son una coincidencia.
Nunca.
Las coincidencias no existen en esta casa.