- ¿Gazpacho o salmorejo? -









Un día dejé de escribir.
Ese día se apagó la luz de la ventana.
Bob se mudó otro piso más abajo. Se quejaba de los bailes que dejé de echarme porque no quería salir de la cama.
Nuestro nuevo vecino consume gazpacho mezclado con sustancias venenosas para el cerebro. Llora como un bebé y grita mucho. Me aburre. Grita al teléfono, en casa, en la calle, le grita a una mujer a la que parece amar, lo dejan, ella se va, vuelve, gritan, lloran. Me aburre. Su voz afónica me marea. Quizá debería cambiar de gazpacho. Quizá el salmorejo le siente mejor. Quizá el veneno...
Sigo sin querer salir de la cama, pero ahora salto en ella y en el salón. Celebro que hay un agujero entre Bob y mis pies.
Coloreo soles enfrente de la ventana para a ver si así se llena todo de luz. Ayer saqué los pies de los calcetines para celebrar que mi invento había funcionado.
Iré a la playa a recoger arena y ponerla alrededor de la ventana, así quizá parezca que vivo en el caribe.
Un día dejé de escribir porque hay un algo en esta vida de la ciudad que me envenena. Pero yo no consumo ese tipo de gazpachos. No hay mariquitas, las flores duran un par de semanas y yo me pregunto que Algo tengo que ponerle al salmorejo para que todo el mundo sea feliz.
He abierto la caja de tesoros que tenia escondida en el fondo del armario y me han dicho que quieren vivir en la encimera. Y yo les cantaré canciones a gritos para que todos los tesoros sean felices y el salón sea un barco pirata.
Mis cebollitas se reproducen sin ejercer el acto sexual. Siguen vivas, el moho no se las ha comido. Y a mi me parecen preciosas. Hablo de ellas sin parar si la persona que escucha parece interesarle y si no, también. Me han hecho despertar de nuevo. Debería montar un jardín de cebollas o de boniatos donde las reglas son verlos crecer y no comérselos nunca jamás porque son mis bebés del alma.
Ahora también cuido a un bebé de treinta y dos días. Tiene la magia de hacerme entender la vida con calma. Yo que había decidido hacerme cosmopolita y vivir en estrés hasta cuando no vivo.
Pero sigo intentando encontrar ese Algo que no vive fuera, y como no vive fuera me quedo dentro intentando encontrarlo.
Mi invento de pintar soles en la ventana parece que funciona.
Seguro que las mariquitas aparecen y ese Algo decide volver y llevarnos allá donde el estrés decide vivir relajado.
Así que he decidido volver a escribir.