- Somos agua, hijas de la Tierra. Hermanas -







Una vez tuve una hermana que se creía incapaz, que no se supo mujer y corría de noche porque sus miedos la perseguían en coche.

Tampoco conocía a la luna. Contaba que la miró de lejos una noche de paso por Valencia.

Una vez tuve una hermana que aprendió a base de castigos, de miedos infundados por todo lo negativo que iba a ganar en el concurso de la tele.

Pero una vez esa hermana aprendió que eso no era más que basura en el alma, en la cabeza y en su persona.

Da la casualidad que esta vez esa hermana es mi hermana de sangre.

Pero llegó el día en el que se dio cuenta que era imposible creerse incapaz, porque el ritmo lo marca una misma y vio que no eran suyos los ojos que la juzgaban. Aprendió a aceptarse con ojos propios.

También llegó la noche en que la luna le dijo que no solo servía para salir en los cuentos de amor, que también contaba historias de mujeres que sangran vida. Que ese brillo ,que a veces se escondía, guardaba muchas historias de mujeres sabias y poderosas, de mujeres que aprendieron a saberse fuertes, como ella.
Ahí es cuando sacó sus garras y se puso a correr en la noche iluminada, como todas las mujeres lobas. Esta vez no huía, esta vez gritaba al mundo que ella también estaba ahí, empoderada.

Y luego en un momento entre el día y la noche que descubrió que no solo las demás mujeres eran sus hermanas. Supo, sin saberlo, que su hermana de sangre también lo era. Tan loba, tan fuerte y tan poderosa como ella misma, como su madre, como sus abuelas, como sus tías, como todas las mujeres. Y que tenía la respuesta a muchas de sus preguntas a pocos metros de su cama.


Y al final se paró a escuchar con otros ojos a las estrellas y se sentó a mirar todo lo que las demás mujeres le contaban sobre la vida mientras disfrutaba viviéndola.

- Botanic Gardens -


















Placer, sensibilidad, lentitud, recogimiento, silencio.












- Somos -




Bajábamos en busca del calor por las llanuras amarillas castellanas y apareció.
Era una torre alta, altísima de la que salía luz. ¡Luz! No era fuego, no era humo negro, no eran luces artificiales. Eran rayos de luz, blanca, pura.
No podía dejar de mirarlo, de imaginar, de querer llegar volando hasta allí.

- Papá, para el coche y déjame aquí. Quiero ir a descubrir la luz.

Como si fuese la torre de una población inalcanzable en nuestro presente, allí estaba. Se alzaba a lo lejos, muy muy lejos y a la vez muy muy cerca. Y giraba la cabeza según nos alejábamos. Y me dí la vuelta para mirarla desde el cristal trasero del coche.

Era incapaz -incluso con el razonamiento lógico del funcionamiento de cualquier sistema para recoger energías- de imaginar cómo funcionaba la torre que absorbía o que mandaba luz.
¿Hacia dónde?
El por qué lo tenía claro. Otra cosa no se me daría bien, pero las energías renovables fue esa asignatura de notas por encima del ocho y que más he disfrutado dentro de la cárcel a la que llamaba instituto. Y en eso se quedó.
Igual que mis ganas de trabajar en una estación depuradora de aguas.

El agua, la luz. Son elementos imprescindibles y que dentro de mi siempre han tenido un significado muy extenso y un valor incalculable. Agua, donde renuevo las energías acumuladas del invierno; Luz, que me alimenta cada día. Somos agua, somos luz.
Mi ser interno sabía de ello y un día entendí lo que me quería decir, que no era raro el querer trabajar en un sitio con olores desagradables. Nosotros somos desagradables y eso es lo que hacemos con el agua. Yo solo quería devolverla a su estado natural. Limpia.
Con esa torre de luz fue lo mismo. Como un flechazo, como una necesidad.

Sabía que existía. Siempre lo supe.