Regresando







Vengo flotando, no volando. Ya me gustaría.

No sé ni qué llave abre cada puerta pero sé que puedo entrar y lo que veo dentro me resulta familiar pero desconocido.

Pasear por la aglomeración más esperada del año en Torrejón me da repelús. Ya no sabía lo que era andar y pararse a charlar o ver caras conocidas por todos lados. Conocí los capazos de oidas, porque me lo contaban los de allí. Solamente me dedicaba a pasar desapercibida.

Las tormentas no son lo mismo, ya no vale asomarse a la ventana y decir en alto que en cuanto descargue se van las nubes. El calor es agobiante y las calles no tienen la misma calma ni el mismo acento. No suena a acordeón.

Ya estoy en casa.

De vueltas


De vez en cuando se me olvida que no todas las personas con las que compartimos la vida están en el mismo punto de evolución personal. Avanzamos y nos estancamos con todo el derecho del mundo. Es una parte obligatoria del aprendizaje.
Pero me da rabia tener que aceptar este tipo de cosas y sobre todo saber las consecuencias que pueden tener.

Hacía días que me preguntaba sobre las personas, la distancia y el tiempo. Y es que esto es cíclico: Me lo pregunto y recuerdo cual era la respuesta.

Total, igual que viene, se va.

Sigamos pués.














Paseando


Aquí en Huesca, a la gente, por lo general, no le gusta este edificio. Es un edificio que está entre la plaza del mercado y la plazuela de San Pedro el Viejo, en pleno casco histórico. Tiene el color de la tierra, como todos los edificios originales de la ciudad, y quizá por eso no les guste, por el hecho de querer engalanar la ciudad para otros y dar buena imágen.

Es verdad que está a punto del derrumbe, que no lo tiran porque quedan varias familias viviendo dentro.

Y de momento se queda como uno de mis rincones favoritos de la ciudad.